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«Cuando confías en Dios, cada puerta que abres es un paso hacia su plan perfecto para ti.»


Abrir puertas es un acto de valentía y esperanza, un paso hacia lo desconocido con el corazón dispuesto a recibir lo que la vida tiene para ofrecer. En cada una de esas puertas reside una oportunidad: la oportunidad de crecer, de sanar, de amar y de creer.

Abrir la puerta a la vida significa abrazar el presente con gratitud, sabiendo que cada día es un regalo cargado de posibilidades. Es aceptar que no siempre veremos el camino completo, pero que el primer paso siempre nos llevará más cerca de nuestros sueños.

Cuando abrimos la puerta al amor, permitimos que nuestro corazón se conecte con otros. Es un acto de confianza y entrega, donde aprendemos a recibir y a dar sin reservas. El amor nos transforma, nos humaniza y nos recuerda que, a pesar de las dificultades, nunca estamos solos.

Abrir la puerta a la paz es encontrar serenidad en medio de la tormenta, aprender a escuchar el susurro de nuestra alma y confiar en que, con paciencia y fe, todo encuentra su lugar. La paz no siempre es un destino, sino un estado que se construye desde adentro.

Y, sobre todo, abrir la puerta a la fe significa caminar sabiendo que Dios está a nuestro lado, incluso cuando las cosas no salen como las planeamos. Es confiar en que, aunque algunas puertas se cierren, otras se abrirán en el momento perfecto. La fe nos da fuerza para continuar, luz para nuestros días más oscuros y consuelo para nuestras noches más solitarias.
Al abrir estas puertas, encontramos un propósito más grande. Dios nos acompaña en cada paso, guiando nuestro corazón hacia lo que verdaderamente importa: vivir con plenitud, amar sin condiciones, hallar paz en nuestra alma y creer que, con Él, todo es posible.